Maternar no es solo ser madre
Cuando hablamos de maternar, muchas veces pensamos automáticamente en la maternidad biológica. Pero en realidad, este verbo encierra una experiencia mucho más amplia y transformadora. Maternar no es solo parir ni criar a quienes comparten nuestro ADN: es un acto de cuidado emocional, de sostén y presencia cotidiana, que puede ejercer cualquier persona que se encuentre ocupando ese rol.
Cabe aclarar que ampliar esta mirada no significa quitarle valor a la maternidad tradicional, sino todo lo contrario: es reconocer que su valor no está en los mandatos culturales, sino en la capacidad de construir lazos genuinos, afectivos y sostenidos en el tiempo. Vínculos que acompañan, que escuchan, que contienen.
Maternar puede hacerlo una madre, claro. Pero también una tía, un padre, una hermana mayor, una amiga, un@ docente o cualquier figura significativa que elige y/o puede cuidar. Porque en cada acto de cuidado también se teje un vínculo de amor.
Roz y el cuidado como elección

En la película Robot Salvaje, Roz es una robot que aterriza accidentalmente en una isla, completamente ajena a su programación. Fue creada para cumplir tareas técnicas, no para sentir, vincularse ni cuidar. Pero el entorno la interpela. Los desafíos emocionales —aunque no formen parte de su sistema— aparecen y, sin saber muy bien cómo, empieza a adaptarse.
Cuando encuentra a Brightbill, un pequeño ganso que ha quedado huérfano, algo se transforma. Roz decide criarlo. No por deber, ni por programación. Lo hace por elección. Porque entiende —con una sensibilidad inesperada— que ese cuidado es necesario, y que puede darlo.
En ese gesto, se activa algo profundamente humano: la capacidad de elegir sostener a otro. Y eso también es maternar.
Cuidar sin ser madre: un gesto profundamente humano
Muchas veces pensamos el cuidado como algo “natural” en las madres, especialmente en las mujeres. Pero el cuidado real no depende del género, ni del mandato, ni de los lazos de sangre. Depende de la decisión de estar presentes emocionalmente.
Criar, sostener, acompañar en momentos difíciles: todo eso también lo hacen personas que no son madres:
- Docentes que acompañan a sus estudiantes en duelos o crisis.
- Parejas que crían hij@s que no son biológicos.
- Herman@s mayores que asumen roles de cuidado.
- Familias monoparentales, adoptivas, ensambladas.
Maternar, entonces, no es un lugar fijo. Es un vínculo que se construye con presencia, con paciencia, con empatía. Un vínculo donde se nombra, se contiene y se valida.
Maternar también es romper mandatos
Durante siglos, la maternidad estuvo cargada de exigencias: ser incondicional, sacrificada, perfecta. Se esperaba que las mujeres maternen “por instinto”, como si no existiera alternativa.
Pero hoy sabemos que el cuidado no tiene por qué recaer siempre en las mismas personas, ni ejercerse de la misma manera. De hecho, cuestionar estas ideas es parte de construir una sociedad más justa emocionalmente.
Maternar también es decir que no todo el mundo quiere ser madre y que no hay una sola forma correcta de hacerlo. Es poner sobre la mesa:
- el deseo,
- la posibilidad de elegir,
- y la importancia de compartir ese rol sin que pese.
¿Qué necesitamos para maternar emocionalmente?
Cuando alguien materna emocionalmente —sin importar su rol o su género— ofrece algo que muchas veces no se ve, pero se siente:
- Presencia auténtica: estar cuando se necesita, sin desaparecer en los momentos difíciles.
- Validación emocional: decir “te entiendo”, “tiene sentido lo que sentís”, “está bien sentir así”.
- Escucha activa: prestar atención con empatía, sin dar soluciones apresuradas ni minimizar el dolor.
- Regulación emocional: ayudar a calmar, acompañar, y enseñar que todas las emociones son legítimas.
Estos gestos —aparentemente simples— construyen vínculos profundos. Vínculos que no necesitan una estructura familiar tradicional ni una justificación biológica. Solo necesitan una decisión: estar.
Reflexión final
Robot Salvaje no es solo una historia para niñ@s. Es una invitación a pensar qué significa maternar en un mundo donde el cuidado muchas veces está invisibilizado.
Roz —que no fue creada para cuidar— lo elige. Aprende. Siente. Sostiene. Y en ese proceso, nos recuerda que maternar no es exclusivo de las madres. Es un gesto radical de humanidad.
Cuidar puede ser una forma de amor. Pero también, una forma de resistencia. Porque en una sociedad que premia la eficiencia y la productividad, elegir acompañar, sin rol asignado, también es una forma de transformar.
En este artículo encontrarás
Y si esta historia te dejó pensando, en el canal de Psi Mammoliti analizamos Robot Salvaje desde una mirada psicológica, explorando los vínculos, las emociones y las decisiones que nos hacen más humanos.